miércoles, 31 de diciembre de 2014

100 coses de què tiraré el 2015 (1)


     Quan vagin mal dades aquest 2015, perquè una mala tarda la tenim tots, jo em recolzaré en aquestes cosetes. I si no van mal dades, també.

1.  El tio de la barra de la cafeteria de la Sala Beckett. M'encanta. Ell sol ja és un alicient per anar-hi.
2.  “Lachrimae” de John Dowland en la versió de Jordi Savall. El lament també pot ser bell.
3. Entrar a la Vermuteria del Tano, allà al carrer Bruniquer, i fer-se l’escoltadís mentre el Tano et prepara l’esmorzar.
4.  La talla de fusta de la Verge de Ger que hi ha al MNAC.
5.  Passar per la Plaça Santllehí i imaginar-te i quasi veure al Pijoaparte de “Últimas tardes con Teresa”.
6.  Els “ous poché” del Fermí Puig.
7.   El cine Verdi.
8.   El capipota del Bar Manolo, a Torrent de les Flors.
9.    Tots els discos del Paul Motian.
10.  Les poesies de “Les dones i els dies” de Gabriel Ferrater, que cada dia que passa són millors.
11.  La novena de Mahler, enregistrada per Pierre Bolulez.
12.   Els tuits del Nacho Sanahuja.
13.   Gardel, que cada dia canta millor.
14.    Disco 100, pels burros que encara comprem CDs. De llarg, la millor de Barcelona.
15.    Entrar a l’estadi per la boca 419 i trovar-te de cop la catifa verda del Temple.
16.    El Marqués de Bradomín. Tan atractiu com incorregible.
17.    Les navalles a la planxa del Montalbán, al carrer Margarit. Mai t’ho agraïré prou, María.
18.    El “Charlus” de “La Recherche…” Etern.
19.    L’orxata de la Sirvent d’Escorial.
20.    La platja d’Algaiarens, a Menorca.
21.    Les “Savoy Sessions” de Charlie Parker.
22.    Les escultures de Wilhelm Lehmbruck.
23.    Santa Maria de Taüll.
24.    El cant dels càntics.
25.    El record potentíssim de “Boyhood”.
26.    Leo Messi.
27.   Totes les pelis dels Germans Marx. Amb una menció especial pel Captain Spaulding.
28.    “From Hell”, de Frank Miller.
29.    Asseure’m als bancs del final de l’església Sant just i Pastor.
30.    La Plataforma d’afectats per la hipoteca.
31.    Xafardejar a VilaViniteca.
32.    El Romea.
33.    Evocar Breaking Bad.
34. Posar-me les bòtes, trepitjar la gespa i fotre-li una patada a una pilota.
35.    Els primers discos de Fugazi.
36.    “L’Atalante” de Jean Vigo.
37.    Estirar-me al llit a mirar com plou i prendre’m un cafè.
38.    El gol d’Iniesta a Stanford Bridge. Beneït Youtube.
39.    El formatge que fa aquell señor de Bar, a la Cerdanya.
40.    Bouvard et Pécuchet
41.    La Billy Holiday amb en Lester Young.
42.    Aquella foto de les àvies, que em centra i em recorda qui sóc.
43.    Pensar que tot i que Sebald ha mort, els efectes de la seva obra emergiran qualsevo, dia en forma d’escriptor/a.
44.    Januhiro Taniguchi.
45.    El Nate de “Six feet under”.
46.    Llegir les primeres pàgines de “L’Illa del Tresor” a un nen o a una nena i que li agradi.
47.    Els articles de Ramon Besa a “El País”.
48.    Johan Sebastian Bach.
49.    No menys de set o vuit discos de “The Fall”.
50.    La següent temporada de “Big Bang Theory”.

Demà, les altres cinquanta.

Acabeu tan bé com pugueu el 2014.

lunes, 15 de diciembre de 2014

A flor de pell

Qui primer ha dit, o encara millor, ha expressat alguna cosa al voltant de l'últim llibre de relats de Francesc Serés (Zaidín, 1972),  La pell de la frontera, ha estat la pròpia Quaderns Crema al incloure-la en la col·lecció D'un dia a l'altre, que recull obres d'Eugeni Xammar, Pons Ponç, Sebastià Gasch... que s'acosten al gènere memorialístic, en forma de diari, crònica... Per tant, d'alguna manera, l'editor inscriu l'obra, encertadament creiem, en una tradició literària determinada, però convé que ho matisem. En les històries que explica Serés no hi ha la voluntat de transmetre un missatge inequívoc, el que es troba el lector és l'ambigüitat pròpia de la ficció que, de fet, gairebé sense adonar-se'n ha acceptat el "contracte de ficcionalitat" implícit en la literatura.

El narrador de La pell de la frontera s'endinsa en el fet de la immigració, del desplaçat, i ho busca en el territori d'origen de Serés. El que converteix en fonamental aquest recull de contes en l'obra del seu autor i de la literatura en català dels darrers anys és l'assoliment, mitjançant les paraules, d'una revelació de quelcom porós, palpable en el sentit quasi físic del mot. Amb material periodístic i d'assaig construeix una obra de ficció, conscient que per rescatar la veritat i llençar-nos-la amb força, sovint, cal la mentida de l'obra literària. De la frontera i del concepte, tan ambigu, de frontera, el lector n'acaricia la pell, la sent i s'esgarrifa. I se sent estrany mentre passa pàgines en un sofà conegut i confortable. Serés ens du a llocs incòmodes on no tenim més remei que fer-nos preguntes i posar en dubte allò que crèiem que eren certeses.

L'últim llibre de Serés etziba cops de puny amb austeritat narrativa, amb l'objectiu de mostrar gent que treballa, en el sentit més material del terme. Tal i com diu un dels seus personatges, escriure sobre gent que treballa no genera best-sellers, però s'imposen com a imprescindibles per no endormiscar-se en l'autocomplaença. No deixeu de llegir-lo.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Los peores días de Jara Mortaja II


Estrella es dichosa porque hace lo que le gusta, y porque le permite, o mejor dicho, le exige ser meticulosa, que es lo que mejor se le da en este mundo. A menudo, me reprocha mi falta de rigor en el trabajo, y anda rezongando de punta a punta del pasillo, como tal vez haga por las noches en su jaula la pantera negra del zoo de esta ciudad, que no ha dejado verse ninguna de las tres veces en que lo he visitado. Masculla palabrejas en su español yucateco que he logrado descifrar con los años gracias al contexto o al tono con que las pronuncia, tales como “colís”, “huaj”, “huiro”, “majado” (esta última en una acepción distinta de mi español, que por supuesto no es el de Barcelona, algo así, creo, como herido)… o expresiones como “hazme loch” o “¿Y tu xánex?”. Ya los primeros días de mi estancia en España advertí que no era una buena idea preguntarle a Estrella por el significado de las palabras que no le entendía, ni de cualquier otra cosa en realidad. A las pocas horas de entrar en su planta baja de la calle Argentona, durante una de las pocas charlas de más de cinco minutos que hemos tenido hasta hoy, se le escapó un “chuchuluco”, que en el pueblo de mis abuelos maternos significa cachivache, pero no en el Yucatán. Estaba asustada y la escuchaba con atención, no quería perderme nada, me jugaba mucho, y no entendí esa palabra en aquel contexto, así que me atreví a preguntarle, con un hilillo de voz, que a qué se refería con “chuchuluco”. De repente, se le torció el gesto, de una manera algo mecánica, y pensé en las muecas siniestras de los autómatas del Tibidabo, y estuvo en silencio más de un minuto, durante el cual aprecié por primera vez los puntitos verdes que tiene alrededor de la pupila y que han aumentado con el tiempo, como las muescas del rifle de Jeremiah Johnson en la película de Robert Redford. A diferencia de otros, el miedo no me bloquea, al contrario, me desata, no lo puedo evitar, y del mismo modo que a algunos les sobreviene una carcajada en las situaciones más tristes, el pánico me imbuye de lucidez y da rienda suelta a frases elocuentes y tan extrañas a mí, que parecen dichas por otra persona. Incluso el timbre de mi voz muta y se torna uniforme y delicado a la vez. “Esos puntitos son del mismo verde que el del río Conchos a su paso por Ojinaga. Fue allí donde aprendiste a matar, Estrella Tixcacaltuytub?” El apellido lo pronuncié en un yucateco riguroso que dilató sus pupilas de súbito hasta inundar su oscurísimo iris. Estrella vacila muy a menudo antes de empezar a hablar, sobre todo en las situaciones en las que se siente desconcertada, o cuando sabe que no tiene más remedio que imponer su autoridad aunque lo que de verdad le apetece es darse media vuelta y hacer como que no ha oído nada. Todo esto lo supe mucho más tarde, claro, después de aquellos meses en que fui espectadora y, probablemente, cómplice de las amenazas, los sobornos, las torturas… a que eran sometidos los individuos a los que Estrella recibía en su despacho como si de un notario de Sant Gervasi se tratara (siempre me ha extrañado que llegaran todos voluntariamente, por su propio pie, aunque parecía que sabían a lo que venían, en una especie de asunción de un tránsito ineludible ya), y a los que, últimamente, acompaña hasta la puerta Santi Arbós, un niñato bobo de la calle Madrazo, cocainómano y perro fiel. Y fue más tarde aún cuando entendí que aquel “chuchuluco” se le había escapado, ya que a lo largo de todos estos años nunca ha vuelto a utilizar el dialecto del Yucatán, salvo cuando refunfuña contrariada por el pasillo hasta que se tranquiliza  y vuelve al papeleo que debe dar cuenta del estado de sus operaciones a sus jefes en América. Cuando pienso en la respuesta de Estrella, la asocio a los saltos de esquí en Garmisch Partenkirchen que retransmitía en directo TVE y yo miraba de reojo como un marido que escucha arrepentido la bronca de su mujer pero no puede evitar una mirada de soslayo al vaivén de unas caderas inoportunas. “Yucatán no es para ti.”… o “Yucatán vive aquí.” No estoy segura de lo que dijo, pero sí recuerdo perfectamente la sensación de vacío y de abandono que llegó y se fue como un escalofrío punzante que desde entonces he sido capaz de evocar siempre que he querido.

Oí hablar por primera vez de Estrella Tixcacaltuytub en casa de Alejandra Cruz, la novia de mi hermana, cuatro días después del primer y único ensayo de nuestro grupo sin nombre durante el que el rock’n’roll alcanzó su zénit y también de la muerte de María Elena, mi hermana mayor, cuyo cadáver fue hallado en las afueras de Las Cruces con ocho cuchilladas en zonas vitales a pesar de que con toda seguridad, según los forenses, la primera, en el corazón, acabó ya con su vida. Los hechos acontecidos durante esos cuatro días, me llevaron a aceptar la recomendación de Hugo Cruz, el padre de Alejandra, de que buscase protección lejos de Méjico. “Debes ir a ver a Estrella, en Barcelona, ella no dejará que nadie te haga daño” –dijo el señor Cruz con ternura. Una nebulosa soporífera envuelve aquellas últimas semanas en Las Cruces, aunque muchas veces he pensado que fue, precisamente, la huida lo que me confundió. Jamás he vuelto a ver tan claro como en el aeropuerto de Albuquerque minutos antes de embarcar, mirando fijamente los puntitos verdes que rodeaban la pupila de los ojos de mi madre.

Sobre els principis i en Charlie Brown

El 1925, Virginia Woolf va publicar La senyora Dalloway, de qui molts en recordareu la primera frase: "La senyora Dalloway va dir que avui compraria les flors ella mateixa." Amb dotze paraules, sabem que està casada, pel senyora, que podria permetre's que algú anés a comprar-li les flors, que és una persona alegra i que avui és un dia especial perquè decideix anar-hi ella. 

A l'escena inicial de Fat city (John Houston, 1972), durant els títols de crèdit, el protagonista, Billy Tully (Stacey Keach), es lleva a l'habitació desordenada d'un hotel de mala mort, es vesteix amb desgana i surt amb la mateixa desgana al carrer, fa un gest no se sap massa bé de què, com d'insinuar uns cops de boxa, fa mitja volta i se'n torna a dins. Amb tan poc, sabem ja molt del personatge, perquè l'autor en copsa l'essència, la condensa i ens la mostra.

La primera tira de Peanuts, es va publicar el 2 d'octubre de 1950, i és una autèntica declaració d'intencions del seu autor, Charles M Shulz. En quatre vinyetes intuïm la condició de solitari d'en "Good ol' Charlie Brown" i la seva ingenuïtat, i no només això`, sinó el ventall de defectes de la societat adulta, encapçalat pel de la hipocresia i l'enveja, la ràbia cap als qui somriuen. Charlie Brown viurà aquest tipus de despreci al llarga de la seva vida gràfica. Els personatges' que són nens, de fet reflexen tota la llista caracterològica dels grans. La capacitat de Shulz per sintetitzar el que després s'allargarà durant cinquanta anys és extraordinària. En totes les tires de Charlie Brown, fins el 2000, hi reconeixerem aquest good ol' Charlie Brown de 1950 i les reaccions que genera.

Llarga vida a en Charlie!





viernes, 5 de diciembre de 2014

El teatre serà honest o no serà


Els boscos de Shakespeare es mouen, de tots és sabut, i els de Joan Ollé, també. En el muntatge de El somni d’una nit d’estiu de William Shakespeare, que es pot veure al Teatre Nacional fins el 18 de gener, és Puck, el follet pícar, símbol de la volubilitat de l’amor (amb un matís, en aquest cas, de sàtir, dibuixat esplèndidament per Ollé i Lola Josa, i interpretat per un gran Pau Viñals) qui arrossega, literalment, el bosc fins als espectadors, que pren el lloc a un esquelet d’un temple grec que ens informa que ens trobem a Atenes al principi de l’obra. I és que la gran virtut de la proposta d’Ollé és l’afany per posar en evidencia amb orgull, l’artifici del teatre. Els actors semblen dir-nos, mireu, espectadors, nosaltres som actors i no ens n’amaguem, no fem veure que no ho som, i tot això que veieu, són decorats, som els mentiders honestos, i us explicarem coses que tenen molt a veure amb vosaltres, tot i que no han passat exactament d’aquesta manera. I, efectivament, la feina dels qui participen en aquest Somni, dota de credibilitat un text ple de fantasia indissimulada. Diu la mateixa Hipòlita al voltant dels actors/artesans que han de representar l’obra a les seves noces amb el Duc d’Atenes, que “afiguren i empersonen” ànimes. El bosc, com el teatre, és el lloc on els homes i les dones es deslliuren dels convencionalismes que sovint els engarroten. Perquè el teatre d’aquest Somni, és ensomniació, és una il·lusió que llença veritats que cal que entomem i les fem nostres. Ollé subratlla la mentida imprescindible per assolir l’honestedat radical, i els espectadors tenen la sensació que els xiuxiuegen a cau d’orella i que allò que els transmeten els actors és una història que els és propera, que és quelcom que, potencialment, els pot passar a ells.

La fibra verbal shakespeariana precisa delicadesa de lectura per trobar-hi les claus de la seva grandesa, que hem de buscar a mig camí entre la llampaguedissa dels jocs de paraules i les intrigues múltiples que no donen treva al públic. Probablement, amb la funció més rodada es poliran elements que entorpeixen el ritme en algun moment i que dificulten mantenir la tensió fins al final. Molt intensos i creïbles Lluís Marco (Oberó), Pau Viñals (Puck) i Xicu Masó (Troca), divertidíssim aquest últim, així com la resta dels artesans. Fantàstica l’escenografia de Sebastià Brosa, que s’esforça a insinuar més que a dir.

Ollé entén que la força de Shakespeare recau en una visió tràgicocòmica de la vida, i creu en la força del teatre per viatjar a indrets, sovint, incòmodes, i ens anima a anar-hi sense subterfugis, amb coratge. Ell mateix ens avisa del respecte que té a l’autor d’El rei Lear, però se’n surt perquè l’ha llegit amb la finesa que demana i n’ha respectat l’esperit.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Los peores días de Jara Mortaja (1)


Incluso los asesinos necesitan cobijo. Pero no para esconderse, sino para matar. A menudo matan al abrigo de un lugar en que la huella del hombre sea manifiesta, tal vez para combatir la inmensa soledad en que sume la contemplación de la muerte de otro, o quizás para ser consciente de su pertenencia a una especie, a una especie civilizada, de que los que han dejado esa huella son parecidos, finalmente, a él. Estrella, sin embargo, dice que no se mata a la intemperie porque uno se caga cuando mata y que necesita sentarse o apoyarse en algún sitio, y esconderse como una sabandija.

Me llamo Jara porque nací en Nuevo México, y allí es un nombre muy común, y me hago llamar Mortaja porque soy de Nuevo México, y allí la muerte es un lugar común. El 24 de agosto de 1991, un día después del lanzamiento de Pretty in the inside, el primer álbum de Hole, María Elena -mi hermana mayor-, su novia Alejandra, Lubo -un popular travesti de Las Cruces-, y yo misma, Jara Hernández, fundamos un efímero grupo de rock que no llegó a tener nombre, no grabó una maqueta, ni siquiera tocó en directo, pero que, sin embargo, realizó un ensayo que cambió la vida de los cuatro para siempre... y para mal. A ese ensayo asistieron un afamado crítico musical de Alburquerque que, por lo visto, le debía algún favor a Lubo, y Alfonso Toncho Guerrero, cantante de Toncho Pilatos, un grupo de rock progresivo de los setenta, que se tiraba a mi madre en los noventa. Tocamos tres canciones: La mortaja de Jara y Pinches neomexijanos -que habíamos escrito mi hermana y yo la noche anterior- y una versión de Blowing it, de Dinosaure Jr. El ensayo no tuvo parones y tocamos durante diez minutos durante los cuales el rock’n’roll alcanzó su zénit. Los seis fuimos conscientes, desde el primer momento, de la envergadura y la gravedad de lo que había sucedido. La sala Chingaderita, en Las Cruces, que nos había conseguido Toncho estuvo en absoluto silencio durante no menos de tres minutos en que fuimos incapaces de reponernos al estado de perplejidad en el que nos había dejado tamaña ráfaga de música atemporal.

Las cinco palabras que logró articular María Elena a continuación explican, en buena parte, la muerte de Lubo, el hecho de que viva en Barcelona desde hace veinte años con una asesina... y que cualquier tiempo pasado fue peor.

“Que nadie diga nada, pinches” (…)