lunes, 1 de diciembre de 2014

Los peores días de Jara Mortaja (1)


Incluso los asesinos necesitan cobijo. Pero no para esconderse, sino para matar. A menudo matan al abrigo de un lugar en que la huella del hombre sea manifiesta, tal vez para combatir la inmensa soledad en que sume la contemplación de la muerte de otro, o quizás para ser consciente de su pertenencia a una especie, a una especie civilizada, de que los que han dejado esa huella son parecidos, finalmente, a él. Estrella, sin embargo, dice que no se mata a la intemperie porque uno se caga cuando mata y que necesita sentarse o apoyarse en algún sitio, y esconderse como una sabandija.

Me llamo Jara porque nací en Nuevo México, y allí es un nombre muy común, y me hago llamar Mortaja porque soy de Nuevo México, y allí la muerte es un lugar común. El 24 de agosto de 1991, un día después del lanzamiento de Pretty in the inside, el primer álbum de Hole, María Elena -mi hermana mayor-, su novia Alejandra, Lubo -un popular travesti de Las Cruces-, y yo misma, Jara Hernández, fundamos un efímero grupo de rock que no llegó a tener nombre, no grabó una maqueta, ni siquiera tocó en directo, pero que, sin embargo, realizó un ensayo que cambió la vida de los cuatro para siempre... y para mal. A ese ensayo asistieron un afamado crítico musical de Alburquerque que, por lo visto, le debía algún favor a Lubo, y Alfonso Toncho Guerrero, cantante de Toncho Pilatos, un grupo de rock progresivo de los setenta, que se tiraba a mi madre en los noventa. Tocamos tres canciones: La mortaja de Jara y Pinches neomexijanos -que habíamos escrito mi hermana y yo la noche anterior- y una versión de Blowing it, de Dinosaure Jr. El ensayo no tuvo parones y tocamos durante diez minutos durante los cuales el rock’n’roll alcanzó su zénit. Los seis fuimos conscientes, desde el primer momento, de la envergadura y la gravedad de lo que había sucedido. La sala Chingaderita, en Las Cruces, que nos había conseguido Toncho estuvo en absoluto silencio durante no menos de tres minutos en que fuimos incapaces de reponernos al estado de perplejidad en el que nos había dejado tamaña ráfaga de música atemporal.

Las cinco palabras que logró articular María Elena a continuación explican, en buena parte, la muerte de Lubo, el hecho de que viva en Barcelona desde hace veinte años con una asesina... y que cualquier tiempo pasado fue peor.

“Que nadie diga nada, pinches” (…)

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