martes, 4 de noviembre de 2014

Cine velado


A la hora de plantearse la confección de las listas de lo mejor del año, se impone una reflexión previa acerca del universo de películas que son susceptibles de formar parte de ellas. Encumbramos, seguramente con justicia, Inglorious bastards, Gran Torino o Singularidades de una chica rubia, pero nos olvidamos, sin rubor, de lo último de Kiarostami, Coppola o Bruno Dumont. Las clasificaciones de fin de año son de dudoso valor, claro está; el interés que se desprende de ellas es más lúdico que indicador de verdades ni absolutas ni relativas, por lo que la inclusión de unas u otras dice poco sobre sus virtudes o sus defectos. Será la crítica, entendiendo como tal el amplio espectro que va desde el espectador anónimo hasta el investigador más sesudo, quien deberá debatir sobre la importancia de las obras y su pertenencia a una tradición determinada, sobre su validez como artefacto fílmico y sus implicaciones en el contexto cultural que lo enmarca. Más preocupante es la razón por la que las bolitas de películas como Shirin, Youth without youth o Paranoid Park ni siquiera se encuentran en el bombo del sorteo. Por una parte, la industria cinematográfica utiliza razones espurias para justificar el hecho de que películas reconocidas mayoritariamente por la crítica internacional no gocen de distribución en ninguna sala de este país. Uno no se sorprende ya de que Terence Davies o Claire Dennis sean ninguneados por el sector, pero, ¿Coppola? El director de Corazonada se ha movido por el mainstream con la misma soltura que en los arrabales de éste, y, habitualmente, con buenos resultados crematísticos. Lo mismo ha sucedido, en los últimos años, con Ferrara, Scorsese, Friedkin… amén de otros muchos cineastas menos convencionales, claves para entender las derivas más arriesgadas del cine contemporáneo: Hou Hsiao-Hsien, Nobuhiro Suwa, Arnaud Desplechin, Guy Maddin…

Por otra parte, el DVD da cobijo a este cine ignorado por la gran pantalla y, en ocasiones, con ediciones muy dignas que permiten recomponer la realidad del panorama actual, pero lo hace con cuentagotas y dando la espalda, aún,  a cine muy significativo que, más allá de su calidad, está ejerciendo una influencia decisiva en los cineastas menos acomodaticios. Celebramos el rescate del cine de Straub & Huillet para el mercado español ¿Acaso el visionado de las películas de Pedro Costa no era menos rico desde el desconocimiento de la pareja francesa? ¿Cuánto tiene que ver el cine fantástico de los últimos diez años con el giro personalísimo que el “invisible” Kyoshi Kurosawa ha imprimido al género? Pero no es éste un fenómeno que afecte exclusivamente al cine más reciente, ¿no es incompleta la recepción de la obra de Peckinpah despegada del ciclo de westerns RAN de Boetticher? ¿Cuándo dispondrá el espectador español del imprescindible ciclo de Val Lewton en la RKO de los 30?

Por desgracia, hay muchísimos más ejemplos que confirman esta situación, y el espectador español debe tomar conciencia de lo sesgado de cualquier acercamiento a una visión panorámica, más o menos completa, del cine actual y no tan actual. Es fundamental dejar constancia de la existencia de este “cine del desprecio” que merece, ya, ser revelado. Que se levante la veda.

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