A la hora de plantearse la confección de las
listas de lo mejor del año, se impone una reflexión previa acerca del universo
de películas que son susceptibles de formar parte de ellas. Encumbramos, seguramente con justicia, Inglorious
bastards, Gran Torino o Singularidades de una chica rubia, pero
nos olvidamos, sin rubor, de lo último de Kiarostami, Coppola o Bruno Dumont.
Las clasificaciones de fin de año son de dudoso valor, claro está; el interés
que se desprende de ellas es más lúdico que indicador de verdades ni absolutas
ni relativas, por lo que la inclusión de unas u otras dice poco sobre sus
virtudes o sus defectos. Será la crítica, entendiendo como tal el amplio
espectro que va desde el espectador anónimo hasta el investigador más sesudo,
quien deberá debatir sobre la importancia de las obras y su pertenencia a una
tradición determinada, sobre su validez como artefacto fílmico y sus
implicaciones en el contexto cultural que lo enmarca. Más preocupante es la
razón por la que las bolitas de películas como Shirin, Youth without youth
o Paranoid Park ni siquiera se
encuentran en el bombo del sorteo. Por una parte, la industria cinematográfica
utiliza razones espurias para justificar el hecho de que películas reconocidas
mayoritariamente por la crítica internacional no gocen de distribución en
ninguna sala de este país. Uno no se sorprende ya de que Terence Davies o
Claire Dennis sean ninguneados por el sector, pero, ¿Coppola? El director de Corazonada se ha movido por el mainstream con la misma soltura que en
los arrabales de éste, y, habitualmente, con buenos resultados crematísticos.
Lo mismo ha sucedido, en los últimos años, con Ferrara, Scorsese, Friedkin…
amén de otros muchos cineastas menos convencionales, claves para entender las
derivas más arriesgadas del cine contemporáneo: Hou Hsiao-Hsien, Nobuhiro Suwa,
Arnaud Desplechin, Guy Maddin…
Por otra parte, el DVD da cobijo a este cine ignorado
por la gran pantalla y, en ocasiones, con ediciones muy dignas que permiten
recomponer la realidad del panorama actual, pero lo hace con cuentagotas y
dando la espalda, aún, a cine muy
significativo que, más allá de su calidad, está ejerciendo una influencia
decisiva en los cineastas menos acomodaticios. Celebramos el rescate del cine
de Straub & Huillet para el mercado español ¿Acaso el visionado de las
películas de Pedro Costa no era menos rico desde el desconocimiento de la
pareja francesa? ¿Cuánto tiene que ver el cine fantástico de los últimos diez
años con el giro personalísimo que el “invisible” Kyoshi Kurosawa ha imprimido
al género? Pero no es éste un fenómeno que afecte exclusivamente al cine más
reciente, ¿no es incompleta la recepción de la obra de Peckinpah despegada del
ciclo de westerns RAN de Boetticher? ¿Cuándo dispondrá el espectador español
del imprescindible ciclo de Val Lewton en la RKO de los 30?
Por desgracia, hay muchísimos más ejemplos
que confirman esta situación, y el espectador español debe tomar conciencia de
lo sesgado de cualquier acercamiento a una visión panorámica, más o menos
completa, del cine actual y no tan actual. Es fundamental dejar constancia de
la existencia de este “cine del desprecio” que merece, ya, ser revelado. Que se levante la veda.
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