Incluso
los asesinos necesitan cobijo. Pero no para esconderse, sino para matar. A
menudo matan al abrigo de un lugar en que la huella del hombre sea manifiesta,
tal vez para combatir la inmensa soledad en que sume la contemplación de la
muerte de otro, o quizás para ser consciente de su pertenencia a una especie, a
una especie civilizada, de que los que han dejado esa huella son parecidos, finalmente, a
él. Estrella, sin embargo, dice que no se mata a la intemperie porque uno se
caga cuando mata y que necesita sentarse o apoyarse en algún sitio, y
esconderse como una sabandija.
Me
llamo Jara porque nací en Nuevo México, y allí es un nombre muy común, y me
hago llamar Mortaja porque soy de Nuevo México, y allí la muerte es un lugar común.
El 24 de agosto de 1991, un día después del lanzamiento de Pretty in the inside, el primer álbum de Hole, María Elena -mi hermana mayor-, su novia Alejandra, Lubo -un
popular travesti de Las Cruces-, y yo misma, Jara Hernández, fundamos un
efímero grupo de rock que no llegó a tener nombre, no grabó una maqueta, ni
siquiera tocó en directo, pero que, sin embargo, realizó un ensayo que cambió
la vida de los cuatro para siempre... y para mal. A ese ensayo asistieron un
afamado crítico musical de Alburquerque que, por lo visto, le debía algún favor
a Lubo, y Alfonso Toncho Guerrero, cantante de Toncho Pilatos, un grupo de rock progresivo de los setenta, que se
tiraba a mi madre en los noventa. Tocamos tres canciones: La mortaja de Jara y Pinches
neomexijanos -que habíamos escrito mi hermana y yo la noche anterior- y una
versión de Blowing it, de Dinosaure
Jr. El ensayo no tuvo parones y tocamos durante diez minutos durante los cuales
el rock’n’roll alcanzó su zénit. Los seis fuimos conscientes, desde el primer momento, de la envergadura
y la gravedad de lo que había sucedido. La sala Chingaderita, en Las Cruces, que
nos había conseguido Toncho estuvo en absoluto silencio durante no menos de
tres minutos en que fuimos incapaces de reponernos al estado de perplejidad en
el que nos había dejado tamaña ráfaga de música atemporal.
Las
cinco palabras que logró articular María Elena a continuación explican, en buena parte, la
muerte de Lubo, el hecho de que viva en Barcelona desde hace veinte años con una asesina... y
que cualquier tiempo pasado fue peor.
“Que
nadie diga nada, pinches” (…)
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